lunes, 19 de julio de 2010

La inevitable curiosidad

Renuncié a tu sueño, a tu símbolo, en el mismísimo momento en el que nuestros dogmas se cruzaron y se dieron de golpes entre sí.
Mas así cuando la misma noche oscura me mostró que efectivamente no existía ninguna luna cubierta de sangre, en aquel manto de la triste realidad... solo luna vana, solo luna blanca.
Pero la miré, fijamente la miré. Me di cuenta que su fantástica forma moteada de textura, su grisácea forma, su mítico candor. Su figura como espejo reflejando para ser guia del viajero, la luz del despiadado Sol, que frente nos destruye de solo verlo -al fatuo ese- las pupilas por nuestro atrevimiento.
Así mismo, sencillamente no puedo solo olvidarte. No puedo solo decir renuncio por detalles dogmáticos en los cuales ni me mezclo. Solo pretextos por el miedo de mirar a una persona de frente, y que me comparta su cosmovisión.
Me aterra, pero lo deseo tanto.
Así que pues, como una promesa silenciosa, quedará ahí en mi corazón la negación de lo que anhelo. Quiero, deseo.
Que tanto podría darte, que tanto me fascinaría tocar tus rosadas mellijas?
Mirar tus ojos de frente y.... tu mirada perturbante, me consuma a momentos como una trágica melodía. Y tus ojos, tus ojos aparentemente sencillos, me recuerdan mucho a el abismo aterrador en el cual deseo lanzarme para siempre.
Poco a poco, deseo atreverme a ver tu faz, tu sonrisa, tu dulzura.
No tengo prisa, y le pido a la muerte que no me mire, que sea ajena.

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